23 de abril de
2013
Por Pau Remondegui
San Vicente
despertó silencioso como era de esperarse un domingo. La imponencia del sol
preanunciaba un inusual día de calor,
aunque, de todas formas, ya nadie esperaba un día normal. Andando las calles
vicentinas no dejó de sorprender una plaza colmada de gente después de las
deshabitadas veredas. Ahí estaba el mercado de frutas y verduras, una vez más,
el domingo por la mañana convocando a los vecinos que entre otras cosas
buscaban adornar el almuerzo. Ya había sido señalado como el lugar ideal para
anunciar que la Meteorológica de Circo Da Vinci se iba a presentar horas más
tarde a poquísimas cuadras de ahí. Así fue que el mercado se inundó de
panfletos en un despliegue de fantasía, música, color, y esa magia que
sobrevuela toda entrega de Circo en Escena.
En la vereda de
la Biblioteca Popular Julio Cortázar, los “biblos” (código interno que usan
para denominarse los pibes que trabajan en la biblioteca), los chicos de la
radio comunitaria “La quinta Pata” y el
“inestable” (el simpático Claudito de la radio “Los Inestables”) convertían un
insulso andamio de alguna obra en construcción (cada vez más frecuentes en el
barrio) en el perchero de la feria de ropa que se anunciaba como parte del
Festival “Por el Barrio que Soñamos”. Irónico: el andamio adornado con retazos
de tela se llenaba de perchas con coloridas prendas y parecía decirlo todo: “No queremos andamios
en nuestras veredas, queremos ferias”.
Pasadita la una
del mediodía, los “barriales” y “escénicos” (código que acabo de inventar para
los integrantes de la comisión Barrial y de Circo en Escena) volvieron del
mercado con bolsones de frutas y verduras que los puesteros regalaron a su
simpatía. La cocina se llenó de vida: en la mesa se despliega una acuarela de
colores tan hermosa como aromática. Empezó el picadito, lo que mezclábamos nos
mezclaba y el condimento nos condimentaba. Capaz, también fuimos tomates,
zanahorias o cebollas. Todavía no sabíamos exactamente qué estaba haciendo cada
uno ahí, pero ya éramos parte de la misma ensalada. ¡“A comer”! Ahora sí, en la
inmensa ronda que envuelve la mesa puesta en la calle, por fin nos encontramos
todos, nos miramos, nos preguntamos, nos aclaramos, nos compartimos y nos damos
ese último empujón antes de salir a jugársela enteros.
Alrededor de las
cuatro los Da Vinci prueban sonido y así llaman a los primeros curiosos que
pasarán a ocupar la medialuna de sillas que rodea el escenario. Dicen que en la mesa de tortas había lemon
pies, sólo sé que una torta de chocolate se lució en los comentarios, mientras
largaba la radio abierta y corría el mate tanto como la palabra.
Cerca de las
cinco en la esquina de San Jerónimo y Diego de Torres el cemento ardía al rayo
del sol. Quizás nadie repare que un paso hacia Diego De Torres la gigantezca
sombra que te salva del ardor es producto del monstruoso edificio que están
construyendo y que, irónicamente,
impidió que el sol de la tarde ilumine el festival que entre otras cosas
lo rechazó.
Pasaditas las
cinco y media, una voz blanda relataba un cuento sobre un pájaro verde, y de a
poco los más chicos empezaban a disfrutar el protagonismo. En eso, para
confirmarlo aparecían los sonidos de vientos, los
sobretodos y los movimientos estrambóticos de Circo Da Vinci. La sonrisa nos
convocaba continuamente con asombrosa facilidad. ¡Explota la magia del circo una
vez más! y, tal vez, muchos de nosotros recordábamos que hacíamos exactamente
ahí. Para todo lo demás faltan palabras y sobran sensaciones…